Algún día vamos a yacer fríos y esqueletosos.
Lo que hayamos sido pasará a formar parte de otras cosas.
En algún momento, nadie va a saber que hemos sido.
Quizás nuestros hijos nos recuerden. Quizás también nuestros nietos. Y algunas generaciones más, quizás.
¿Pero cuántas generaciones podremos durar en la memoria colectiva?
Incluso si fuéramos célebres e ilustres. ¿En mil años nos recordarían? ¿En diez mil años? ¿En cien mil años?
Estamos condenados al olvido.
De nada sirve tratar que nos recuerden. En vano esforzarse por ser olvidado.
Eventualmente el que lee, el que escribe, no seremos nada.
Esta existencia breve no dejará marcas en el universo.
Y pronto será como si no hubiéramos existido.
Mi niña no tiene nombre
Mi niña de mármol quieto viaja en la eternidad de un colectivo.
Los dedos macramé de lino frágil
que juegan esta vez con un boleto.
La vida, como una hornalla,
se apaga con un giro de muñeca.
Se desvanece así. Como la punta
impermanente de la cinta-escóch.
Aquests textos són exemples d'un dels millors escriptors que conec a la xarxa, un argentí de qui en desconec el nom i que publica des del blog Cómo rompe las palabras. Us recomano que passeu a visitar-lo. No sé si us agradarà, però segur que us sorprendrà i no us deixarà indiferents. I ara, a continuació, una joia brutal:
Liason
Tu cara sepulturera
flota en el mar salino inexpresiva
como el pedazo de madera flota.
Vuela con la virtud de una gaviota:
de una gaviota pálida que fuera
del cielo la más lúbrica y remota.
De una gaviota que se diera vuelta
como al atardecer los girasoles.
De una gaviota suelta y embustera
como los sostenidos y bemoles.
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